Por:
MANUEL ALFONSO
CAICEDO
Redactor La
Verdad.//
La misión de cuidar
y formar a los seres cuya vida engendramos es un privilegio y constituye la
experiencia más grandiosa de nuestra condición humana. Nuestros hijos son el
regalo más maravilloso que nos da la naturaleza, y a la vez el regalo más
valioso que podemos aportarle a la humanidad.
Cuarenta años atrás, ser padres era un proceso natural y los hijos
crecían tranquilos guiados por el “instinto” paterno y sujetos a normas
sociales que eran irrefutables. Los avances tecnológicos de los últimos años
han impactado en la sociedad produciendo cambios en el entorno familiar. La
relación entre padre-hijo es hoy en día muy distinta y nos exige prepararnos
para aquellas actividades que impliquen responsabilidad. La vida familiar,
durante la infancia de quienes ahora somos adultos, se regía por normas
autocráticas y un ambiente autoritario: el padre era el jefe supremo del hogar,
la madre se subordinaba a él y el hijo a los dos.
El movimiento de la sociedad hacia la igualdad de todos sus miembros
impactó la relación familiar. Raro es el niño que hoy día no refuta la orden de
sus mayores, o que no contesta “no me grites” cuando sus mayores le hablan en
un tono fuerte. Esto en el pasado no
ocurrió. En el pasado los padres se podían limitar a ser los proveedores y las
madres a velar porque los niños comieran, tuvieran buena conducta y estudiaran
con esmero. Eso hoy no basta.
A diferencia de los animales, el ser humano no solo tiene cuerpo físico
si no una mente con sus propias necesidades. De una adecuada satisfacción
depende la estabilidad emocional y su insatisfacción en la principal causa para
una persona caiga en la droga, abuso de alcohol, prostitución, opte por el
suicidio o fracase en su relación familiar o personal.
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