Ser padres, es distinto a tener hijos. (II Parte).

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Por:
MANUEL ALFONSO CAICEDO
Redactor La Verdad.//


La misión de cuidar y formar a los seres cuya vida engendramos es un privilegio y constituye la experiencia más grandiosa de nuestra condición humana. Nuestros hijos son el regalo más maravilloso que nos da la naturaleza, y a la vez el regalo más valioso que podemos aportarle a la humanidad.

Cuarenta años atrás, ser padres era un proceso natural y los hijos crecían tranquilos guiados por el “instinto” paterno y sujetos a normas sociales que eran irrefutables. Los avances tecnológicos de los últimos años han impactado en la sociedad produciendo cambios en el entorno familiar. La relación entre padre-hijo es hoy en día muy distinta y nos exige prepararnos para aquellas actividades que impliquen responsabilidad. La vida familiar, durante la infancia de quienes ahora somos adultos, se regía por normas autocráticas y un ambiente autoritario: el padre era el jefe supremo del hogar, la madre se subordinaba a él y el hijo a los dos.

El movimiento de la sociedad hacia la igualdad de todos sus miembros impactó la relación familiar. Raro es el niño que hoy día no refuta la orden de sus mayores, o que no contesta “no me grites” cuando sus mayores le hablan en un  tono fuerte. Esto en el pasado no ocurrió. En el pasado los padres se podían limitar a ser los proveedores y las madres a velar porque los niños comieran, tuvieran buena conducta y estudiaran con esmero. Eso hoy no basta.

A diferencia de los animales, el ser humano no solo tiene cuerpo físico si no una mente con sus propias necesidades. De una adecuada satisfacción depende la estabilidad emocional y su insatisfacción en la principal causa para una persona caiga en la droga, abuso de alcohol, prostitución, opte por el suicidio o fracase en su relación familiar o personal.

Los padres no propiamente comunican a los hijos que los aman cuando los gritan, insultan o golpean; no les dicen que los aprecian y que son importante cuando afirman que “nos van a enloquecer” o cuando no tenemos tiempo para estar con ellos; no los llevamos a sentirse seguros cuando les decimos al portarse mal que los vamos a “ahorcar”; tampoco le ratificamos que son inteligentes cuando les aseguramos “que no sirven para nada”. Muchos padres fallamos en la satisfacción de las necesidades de nuestros hijos, no por falta de amor si no porque no sabemos cómo satisfacerlos plenamente. Pero “el que inocentemente peca, inocentemente se condena”.    

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