Especial para La Verdad
Joseph Ratzinger,
Benedicto XVI, en su obra Jesús de Nazaret, Editorial Planeta, hace unos serios
y trascendentales planteamientos, refiriéndose a la Parábola del buen
Samaritano (Lucas 10 - 25-37) que a ciencia cierta, considero tiene semejanzas
para darle así la importancia de la verdadera dimensión histórica del legado
que nos dejó nuestro Santo Patrono Pedro Claver Corberó: “En el centro de la
historia del buen
samaritano se plantea la pregunta fundamental del hombre. Es un doctor de la Ley, por tanto un maestro de la exegesis quien se la plantea al Señor: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (10,25). Lucas añade que el doctor le hace la pregunta a Jesús para ponerlo a prueba”.
samaritano se plantea la pregunta fundamental del hombre. Es un doctor de la Ley, por tanto un maestro de la exegesis quien se la plantea al Señor: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (10,25). Lucas añade que el doctor le hace la pregunta a Jesús para ponerlo a prueba”.
La pregunta, en concreto, es: ¿Quién es “el
prójimo”? La respuesta habitual, que podía apoyarse también en textos de la
Escritura, era que el “prójimo” significaba “connacional”. El pueblo formaba
una comunidad solidaria en la que cada uno tenía responsabilidades para con el
otro, en la que cada uno era sostenido por el conjunto y, así, debía considerar
al otro “como a sí mismo” como parte de ese conjunto que le asignaba su espacio
vital. Entonces, los extranjeros, las gentes pertenecientes a otro pueblo, ¿no
eran “prójimos”? Esto iba en contra de la Escritura, que exhortaba a amar
precisa-mente también a los extranjeros.
“Entonces aparece aquí el samaritano. ¿Qué
es lo que hace? No se pregunta hasta dónde llega su obligación de solidaridad
ni tampoco cuáles son los méritos necesarios para alcanzar la vida eterna.
Ocurre algo muy diferente: se le rompe el corazón. El evangelio utiliza la
palabra que en hebreo hacía referencia originalmente al seno materno y la
dedicación materna. Se le conmovieron las “entrañas”, en lo profundo del alma,
al ver el estado en que había quedado ese hombre. “Le dio lástima” traducimos
hoy en día, suavizando la vivacidad original del texto. En virtud del rayo de
compasión que le llegó al alma, él mismo se convirtió en prójimo, por encima de
cualquier consideración o peligro. Por tanto, aquí la pregunta cambia: no se trata
de establecer quién sea o no mi prójimo entre los demás. Se trata de mí mismo.
Yo tengo que convertirme en prójimo, de forma que el otro cuente para mí tanto
como “yo mismo”.
Si la pregunta hubiera sido: “¿Es también
el samaritano mi prójimo?”, dada la situación, la respuesta habría sido un “no”
más bien rotundo. Pero Jesús da la vuelta a la pregunta: el samaritano, el
forastero, se hace él mismo prójimo y me muestra que yo, en lo íntimo de mí
mismo, debo aprender desde dentro a ser prójimo y que la respuesta se encuentra
ya dentro de mí. Tengo que llegar a ser una persona que ama, una persona de
corazón abierto que se conmueve ante la necesidad del otro. Entonces encontraré
a mi prójimo, o mejor dicho, será él quien me encuentre. Retomando lo anterior,
podemos resaltar la virtud a primera vista, en Pedro Claver puesto que es
precisamente su caridad, su amor al prójimo, a los pobres esclavos, a los
desvalidos. Recordemos que a esta verdadera caridad no se llega sino a través
de otra virtud: la abnegación. Abnegación y austeridad del Santo Claver son
sorprendentes, rayan en el heroísmo; encontramos relación directa con lo
planteado en el texto que hemos venido señalando.
Si esto es así, la propuesta de Joseph
Ratzinger, Benedicto XVI, tiene validez pues Pedro Claver es presencia de
auténtico profeta, nos dio ejemplo, haciendo que su actitud sea más humana en
la defensa de los desposeídos, ¡hoy llamados indignaos!. ¡Defensor Universal de
los Derechos Humanos!
“La
actualidad de la parábola resulta evidente. Si la aplicamos a las dimensiones
de la sociedad mundial, vemos cómo los pueblos explotados y saqueados de África
nos conciernen. Vemos hasta qué punto son nuestros “próximos”; vemos que
también nuestro estilo de vida, nuestra historia, en la que estamos implicados,
los ha explotado y los explota. Un aspecto de esto es sobre todo el daño
espiritual que les hemos causado. En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a
nosotros en Cristo, y aceptar de sus propias tradiciones lo que tiene valor y
grandeza, y perfeccionarlo, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios,
en el que sólo importa el poder y las ganancias; hemos destruido los criterios
morales, con lo que la corrupción y la falta de escrúpulos en el poder se han
convertido en algo natural. Y esto no sólo ocurre con África”.
“Ciertamente, tenemos que dar ayuda material y
revisar nuestras propias formas de vida. Pero damos siempre demasiado poco si
sólo damos lo material. ¿Y no encontramos también a nuestro alrededor personas
explotadas y maltratadas? Las víctimas de la droga, del tráfico de personas,
del turismo sexual; personas destrozadas interiormente, vacías en medio de la
riqueza material. Todo esto nos afecta y nos llama a tener los ojos y el
corazón de quien es prójimo, y también el valor de amar al prójimo. Pues – como
se ha dicho- quizás el sacerdote y el levita pasaron de largo más por miedo que
por indiferencia. Tenemos que aprender de nuevo, desde lo más íntimo, la
valentía de la bondad; sólo lo conseguiremos si nosotros mismos nos hacemos
“buenos” interiormente, si somos
“prójimos” desde dentro y cada uno percibe qué tipo de servicio se necesita en
mi entorno y en el radio más amplio de mi existencia, y cómo puedo prestarlo
yo”.
Finalmente, el Papa en uso de su buen retiro, de
una forma muy sintética reafirma sus principios humanísticos, que son
precisamente semejantes a los de nuestro Pedro Claver Corberó: “¿No es cierto
que el hombre, la criatura hombre, ha sido alienado, maltratado, explotado, a
lo largo de toda su historia? La gran mayoría de la humanidad ha vivido casi
siempre en la opresión; y desde otro punto de vista: los opresores, ¿son
realmente la verdadera imagen del hombre?, ¿acaso no son más bien los primeros
deformados, una degradación del hombre? Karl Marx describió drásticamente la
“alienación” del hombre; aunque no llegó a la verdadera profundidad de la
alienación, pues pensaba sólo en lo material, aportó una imagen clara del
hombre que había caído en manos de los bandidos”.
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