Por Ángel H. Solórzano Álvarez
Especial para La Verdad
EL Congreso Nacional promulgó la reciente Ley 1732 de 01 de septiembre de 2014 que establece la Cátedra de la Paz en todas las instituciones educativas del país. La Cátedra tendrá como objetivo crear y consolidar un espacio para el aprendizaje, la reflexión y el diálogo sobre la cultura de la paz y el desarrollo sostenible que contribuya al bienestar general y el mejoramiento de la calidad de vida de la población, así mismo, será un espacio de reflexión y formación en torno a la convivencia con respeto (art. 2º).
Sin duda, considero que es la mejor noticia en muchos años para nuestra sociedad: la obligatoriedad de la enseñanza de valores ciudadanos para que seamos capaces de convivir pacíficamente ahora que entremos en el posconflicto. Se repara así un error del Estado cuando aceptó la suspensión de esta asignatura, bajo la consideración de que debían ser los padres quienes la impartieran, con su ejemplo y educación. Ese fue el momento cuando comenzamos a rodar cuesta abajo, porque los padres no tenían ni tienen el tiempo para atenderlos y fueron perdiendo la fuerza y la capacidad para hacerlo, por tanto, abrazaron la Psicología del “no lo tares” asustados por las leyes permisivas que le dan derecho a los niños y adolescentes enfrentar a sus mayores y amedrentarlos con que llamarán a la policía e incluso en tutelarlos.
En palabras del Doctor Ariel Armell, promotor de la Ley de la Cátedra de la Paz “La Cátedra busca rescatar la enseñanza y defensa de los valores y poner en sintonía con la paz a los centros educativos, que agrupan y representan a la juventud colombiana y fue concedida para fomentar la paz a partir de cinco preceptos fundamentales: la igualdad, el respeto por los derechos, la participación ciudadana, la justicia social y la economía inequitativa.
Por otro lado, recordemos que somos un estado donde los conflictos internos interrumpen constantemente la tranquilidad y seguridad de la sociedad. Es así de simple, tenemos que reaprender las normas morales, sociales y cumplirlas para que podamos recibir (si es que se da el acuerdo) a los que regresan: las víctimas y los combatientes que son muchos millones de personas, porque la guerra de más de medio siglo desplazó también a personas que lo tenían todo o que les era suficiente y amable su vivir.
Indudablemente, somos intolerantes, vengativos, negativos, miedosos, poca solidaridad mostramos ante el dolor ajeno; es la forma en que hemos sido educados por 50 años de guerra, que aniquiló en nosotros la bondad espontánea y nos convirtió en guerreros, siempre a la defensiva.
En resumen, conviene tener en cuenta que la escuela no es la única instancia formativa para niños y jóvenes. Aun siendo muy importante su influencia, también son esenciales los medios de comunicación, el medio social y claro está, la familia. Todos esos factores tienen una gran importancia en la formación de los estudiantes. Los educadores por consiguiente, deben practicar la paciencia creadora, es decir, actuar con el convencimiento de que los resultados de su actuación serán importantes a mediano plazo pero, probablemente, no inmediatos.
La paciente constancia en el empeño de educar ha de ser distintivo del educador y más si ese educador pretende encaminar a sus aprendientes por el sendero de la cultura de la paz, un proyecto todavía no consolidado en la conciencia colectiva de muchos colombianos, por la misma situación de violencia que hemos padecido durante muchos años.
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